Laicidad, Educación y Francmasonería
La primera Asamblea de la Gran Logia Española, celebrada los días 20 y 21 de mayo de 1923 trató entre los temas de su orden del día la publicación de un informe sobre la libertad de conciencia, un programa para el fomento de la enseñanza laica y un proyecto de ley para el reconocimiento del divorcio. La Gran Logia [Simbólica] Española, fue, en su tiempo, una abanderada del racionalismo, del librepensamiento y de la ética humanista: rechazó el dogmatismo y propugnó un marco político fundado en las libertades públicas, en la democracia y en el concepto de ciudadanía. Como lógico corolario, ello comprometía a la francmasonería con la mejora de la condición humana mediante una revolución universal como vía hacia una sociedad fraternal, tolerante y justa socialmente. En definitiva, la Gran Logia Española entendía su misión como un combate contra la desigualdad, por la paz, por la emancipación de la mujer y la protección social de todos. Dicho de forma más esquemática, la transformación de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad en realidades efectivas y plenas. La Gran Logia Española se comprometía así con la laicidad, el racionalismo y el librepensamiento y devenía una de las corrientes vivificadoras del republicanismo concebido sobre dos grandes ejes: el reconocimiento de los derechos humanos y la laicidad del Estado.
Yerran quienes han escrito que los pronunciamientos de la Gran Logia Española o del Gran Oriente de España en los años veinte o en los años treinta por la democracia, por la laicidad y por la primacía del Derecho civil sobre el canónico, por la emancipación de la ciencia de la tutela de la teología o por el derecho a la educación constituyeron intromisiones en la política vedadas a la Orden por las Constituciones de Anderson. Yerran, porque no han entendido que se trataba de construir la Política, con mayúscula, al servicio del ser humano mayor de edad y responsable de su destino a través de la concurrencia a las elecciones mediante partidos políticos, cuestión esta última que no compete a la masonería, salvo cuando se falsean las condiciones de la representación o cuando el sistema representativo se halla en peligro por las amenazas de quienes pretenden valerse de él para aniquilarlo. La política de la francmasonería gira alrededor de los ejes de la libertad, de la seguridad y del bienestar. Del mismo modo, la religión de la masonería no predica, ni afirma, ni niega, al dios o a los dioses de las religiones de las que la humanidad se ha dotado en su peregrinar por la tierra. La religión de la masonería es la libertad de cultos, el respeto a la autonomía moral de cada persona, la independencia del poder civil respecto de los poderes religiosos, la capacidad de dialogar con las opciones religiosas y filosóficas del ser humano que sean capaces de dialogar entre ellas, en lugar de predicar la guerra santa, para hallar los cimientos de un edificio imaginario, pero posible, de paz y de concordia. La religión de la masonería es la defensa de la laicidad concebida como el resultado de ese común esfuerzo constructor. La política y la religión de la francmasonería generan una tensión militante por la extensión y la mejora de la educación. Marcelino Domingo expresó con bellas palabras la prioridad de la educación pública en una política republicana y liberal, trasunto de su afán de cumplir fuera del templo masónico la obra iniciada en el mismo:
¿Podría dudarse acerca de la que había de ser mi actividad principal? La actividad que había de subordinar las demás, era ésta: dar rápidamente a España las escuelas que necesitaba para que los deberes de la cultura primaria se cumplieran en su integridad… y es que una República democrática y liberal puede instaurarse en una hora de pasión popular, cuando el corazón en caliente, magnifica, por la pasión, la calidad humana; pero una República democrática y liberal no se sostiene en frío por el sentido del deber civil, por la colaboración disciplinada y activa de todos, sin una base de cultura general que depure, defina y sostenga la personalidad humana. Cuando la pasión muere –y la capacidad de pasión es limitadísima- sólo queda como resorte moral el deber; y el deber no se siente ni se cumple sin una formación cultural. La instauración de la democracia puede ser por la violencia; su consolidación sólo es por la cultura. Donde la cultura falta, el sistema democrático se pervierte, se esteriliza, se desfigura o cae, no por la presión exterior, sino por interna consunción. No lo derriban; se desploma…
La sociedad madura a la que aspira la francmasonería es una sociedad de mujeres y hombres libres y educados. Sin educación, la libertad es un espejismo. La misión de la francmasonería radica, por tanto, en la educación de ciudadanos conscientes de sus derechos y de sus deberes. La francmasonería, sabedora de la trascendencia de la educación, no puede más que aceptar, con Marcelino Domingo, que el maestro es el primer ciudadano de la república. En este inicio del siglo XXI, cuando el prestigio social de los maestros, de los profesores de secundaria y aun de los universitarios se ha visto desacreditado por el rechazo de su autoridad, por el cretinismo proteccionista de tantas familias y por la prolongación de actitudes de eterna adolescencia, la francmasonería ha de ser el refugio amable de los educadores, el lugar en el que reciban el salario moral del reconocimiento de su dignidad, de su papel y de su sacrificio. Ábranse las logias, pues, a cuantos dan su vida por enseñar a los demás y recíbaseles con los honores que la Orden reserva a su héroes.
La francmasonería no pretende escribir la historia de las sociedades humanas, pues eso lo van a hacer los hombres y las mujeres de cada momento, pero sí que aspira a realizar una contribución decisiva al hilo conductor del relato. La francmasonería se ocupa [y se preocupa] en los valores superiores y en los principios rectores de una sociedad democrática, exigentemente democrática. Por esta razón, defiende, desde un posicionamiento ofrecido como transversal, el principio de laicidad para la arquitectura de la convivencia y el combate por el progreso, como la aspiración a un goce compartido y distribuido de la felicidad. También, muy especialmente, para un período de crisis. La francmasonería no está en el día-a-día del gobierno, sino en el día después: su apuesta mira al futuro, para que de ese futuro podamos sentirnos orgullosos; a la vez que su trabajo se inspira en el pasado, porque es depositaria del legado recibido de las generaciones anteriores.